jueves, 2 de febrero de 2017

Puchi y el de 11

Sí, ya sé que hoy es festivo. ¿Y qué? ¿No me está permitida, acaso, una excepción? Además, estoy convencido de que acabarás por agradecérmelo porque hoy no tenías otra cosa mejor que hacer. Te cuento entonces:
Ayer sí llevé el aparato conmigo. Menos risitas y sigue leyendo. Y cuando arranqué (al pateo; sigo siendo de gasoil y tardo en calentarme más de la cuenta. ¿La edad? No, tobillos y tendón de Aquiles, pierna derecha. Aclaración ante posibles nuevos lectores ya que los asiduos me tildarán de pesado) se hallaba Juan Carlos Castañeda (tendré que etiquetarlo, si hoy funciona el enlace a Facebook, pues renquea últimamente, como un servidor) a los mandos de la nave radiofónica. Llámalo manía, fidelidad o como te venga en gana, pero camino con alegría. La emisora que tengo sentenciada me provocaba tremendas cefaleas con peligrosos picos en la tensión arterial. Y muerto el perro, se acabó la rabia. ¿Habrán encontrado los podencos? Me sigue oliendo muy mal. Los cazadores, callados como tusos. Me gustan las charlas con un tocayo, propietario de La Guagua (cobraré publicidad), quien pone los asuntos de tráfico bien claritos, como los chorros del oro.
Pero el título señala que no iba en el presente por el portuense sino por esta lagunera de la foto. A la que hemos escuchado en infinidad de oportunidades y en muy diferentes eventos (ya salió el palabro), aunque es en el Tajaraste donde ha venido demostrando su valía, una enorme dedicación y una peculiar manera de enfocar la realidad de esta tierra bajo un matiz desenfadado y ameno. Vamos, que tiene un déjam(e)ntrar especial.
Se viene celebrando en Guía de Isora el Festival y Mercado Internacional de Cine Documental (MiradasDoc). Y allá se fue Radio Club con sus trastos (que no es José Juan Rolo, diría entre pícaras sonrisas la mentada en el titular, a saber, Puchi Méndez; también corresponde la etiqueta de rigor). En el transcurso de la retransmisión, a eso de las doce menos veinte –segundo arriba, segundo abajo–, entrevistó a todo un personaje de once años. Parece, y debo dar crédito a la explicación de la locutora, que no estaba nada preparado, que el chiquillo pasaba por allí, junto a otros de los centros docentes que acuden a los talleres programados, y fue ‘cazado’ a voleo (Dicho de hacer algo: De una manera arbitraria o sin criterio).
Madre mía, qué lección nos dio el chaval a todos. Unas convicciones en sus bien hilvanadas respuestas que nos dejó con la boca abierta. Cuando lo normal, y más en Canarias con la fama de aplatanados que tenemos, es el triste recurso de los monosílabos sí, no y como mucho la coletilla bueno (muy común, asimismo, en el gremio futbolista), el entrevistado nos sorprendió no solo por el profundo conocimiento de los objetivos del festival, sino que ahondó con total desparpajo en el contenido de la película que acababa de visionar. Y de cómo esta sociedad debe tomar conciencia de las terribles diferencias que se producen en el mundo, donde la mujer sigue sufriendo la terrible lacra de la discriminación, cuando no del olvido y la marginación más execrables.
Tal fue el impacto que me produjo el desenvuelto mozalbete, que aquí me encuentro ante el ordenador intentando plasmar unas líneas con las que poner en valor hasta qué punto, con la inestimable colaboración de un profesorado implicado hasta la médula, la concienciación puede ser el arma con la que combatir las desigualdades. Bien por el muchacho. Mis felicitaciones más encomiables y el reconocimiento de un jubilado que sueña aún con un futuro halagüeño. Porque la cordura, y el jovenzuelo demostró que es posible, deberá prevalecer. Sensatez a raudales se destiló en los escasos segundos (un par de minutos apenas) de la improvisada entrevista.
Como uno también tiene su corazoncito, tras el periodo de recapacitación pertinente, eché la vista atrás y recordé momentos de una larga trayectoria en la docencia. Y a fe que las palabras del alumno protagonista de esta historia, me hicieron rescatar del baúl de los recuerdos pasajes de no ha tanto, que surgieron en aulas y pasillos de colegios e institutos y que inclinan el fiel de la balanza hacia ese platillo en el que se depositan valores inculcados; algo que, inexorablemente, te lleva a manifestar con rotundidad: Valió la pena. A pesar de algún que otro pesar.
Sean felices y mañana, si a bien lo tienen, por aquí estaremos, desde La Corona, a la expectativa.

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